No hay otra vida; la vida misma es sólo una visión y un sueño, porque nada existe salvo el espacio y tú. Si hubiese un Dios todopoderoso, habría hecho todo bueno y nada malo (Mark Twain)
Un niño -luego de mirar la televisión- le pregunta a su papá por qué dios castiga de esa manera a las personas que sufrieron los efectos del terremoto del 27 de febrero. Pareciera que el único pecado que cometieron, en comparación a los que no nos vimos afectados, fue estar en el lugar y momento equivocado. Entonces, qué hicieron para merecer ese castigo; cómo le dices a un niño de 10 años por qué dios no los quiere.
Para un ateo no resultaría demasiado complejo explicarle a ese niño que la única diferencia entre esas personas y nosotros, los ilesos, son las circunstancias. No hay castigo, revancha ni enseñanza (a palos) de un ser superior. Simplemente, viven en un lugar que se ve afectado, de tanto en tanto, por el efecto del movimiento de las placas tectónicas. La ciencia lo ha confirmado y predice que seguirá sucediendo. No es un misterio que en algunos años más otros niños se impresionarán por el sufrimiento de las víctimas del efecto de la naturaleza.
Pero volvamos a dios y su castigo, su supuesto castigo.
Las religiones cristianas ante las múltiples evidencias que respaldan la Teoría de la Evolución, han desarrollado distintas estrategias para atacar las pruebas empíricas y racionales que refutan el carácter divino y antropocéntrico de nuestro origen. Primero, fue a través del creacionismo (que aún cuenta con bastantes seguidores, sobre todo en EE.UU.), y luego con la teoría seudo científica del diseño inteligente.
Básicamente, el diseño inteligente es una versión renovada del creacionismo que intenta dar densidad científica a las afirmaciones de su doctrina madre, que se vio contra la pared una vez que la ciencia refutó afirmaciones tan inverosímiles como que la Tierra fue creada en seis días y sólo tendría unos miles de años de antigüedad.
No nos centraremos en analizar el diseño inteligente, solamente diremos que es una argucia de la ortodoxia religiosa que intenta equiparar el discurso científico del evolucionismo con una ciencia “teísta”, a través de un discurso y pirotécnica que, a ojo ingenuo, pareciera ser seria y contrastada1.
El diseño inteligente concluye que tras la complejidad de la vida no puede no existir algo como la nada, sino que la mano de una fuerza inteligente que la organizó. Para diferenciarse del creacionismo, el diseño inteligente trata de obviar la palabra “dios”, pero no resulta demasiado complicado ver hacia dónde van.
En 2005, cuando George W. Bush se mostró partidario de enseñar a la par del evolucionismo las teorías del diseño inteligente, Noam Chosmky2 acuñó otro termino, el de “diseño maligno”: la crueldad del mundo, el dolor que vemos a nuestro alrededor, sería suficiente prueba para confirmar que si existe una mano tras la vida y nuestro mundo no puede ser ni inteligente ni amorosa. La ironía de Chomsky es certera: la creación divina de un ser superior (o fuerza inteligente) no está contrastada por la realidad. El diseño que defienden los religiosos podría ser cualquier cosa menos perfecta e inteligente.
Por supuesto, tras el dolor y muerte del terremoto no está dios, el karma o una fuerza parecida. De hecho, la Teoría de la Evolución aporta las piezas que faltan para comprender el dolor gratuito. Si hay imperfección en nuestro mundo, en la naturaleza, es simplemente porque vivimos en un proceso de evolución constante, explicado con mucho detalle por la microbiología, la geología y otras disciplinas científicas que, basadas en la razón y la experimentación, han derribando las cortapisas que la religión impone al conocimiento y el desarrollo intelectual.
Un niño -luego de mirar la televisión- le pregunta a su papá por qué dios castiga de esa manera a las personas que sufrieron los efectos del terremoto del 27 de febrero. Pareciera que el único pecado que cometieron, en comparación a los que no nos vimos afectados, fue estar en el lugar y momento equivocado. Entonces, qué hicieron para merecer ese castigo; cómo le dices a un niño de 10 años por qué dios no los quiere.
Para un ateo no resultaría demasiado complejo explicarle a ese niño que la única diferencia entre esas personas y nosotros, los ilesos, son las circunstancias. No hay castigo, revancha ni enseñanza (a palos) de un ser superior. Simplemente, viven en un lugar que se ve afectado, de tanto en tanto, por el efecto del movimiento de las placas tectónicas. La ciencia lo ha confirmado y predice que seguirá sucediendo. No es un misterio que en algunos años más otros niños se impresionarán por el sufrimiento de las víctimas del efecto de la naturaleza.
Pero volvamos a dios y su castigo, su supuesto castigo.
Las religiones cristianas ante las múltiples evidencias que respaldan la Teoría de la Evolución, han desarrollado distintas estrategias para atacar las pruebas empíricas y racionales que refutan el carácter divino y antropocéntrico de nuestro origen. Primero, fue a través del creacionismo (que aún cuenta con bastantes seguidores, sobre todo en EE.UU.), y luego con la teoría seudo científica del diseño inteligente.
Básicamente, el diseño inteligente es una versión renovada del creacionismo que intenta dar densidad científica a las afirmaciones de su doctrina madre, que se vio contra la pared una vez que la ciencia refutó afirmaciones tan inverosímiles como que la Tierra fue creada en seis días y sólo tendría unos miles de años de antigüedad.
No nos centraremos en analizar el diseño inteligente, solamente diremos que es una argucia de la ortodoxia religiosa que intenta equiparar el discurso científico del evolucionismo con una ciencia “teísta”, a través de un discurso y pirotécnica que, a ojo ingenuo, pareciera ser seria y contrastada1.
El diseño inteligente concluye que tras la complejidad de la vida no puede no existir algo como la nada, sino que la mano de una fuerza inteligente que la organizó. Para diferenciarse del creacionismo, el diseño inteligente trata de obviar la palabra “dios”, pero no resulta demasiado complicado ver hacia dónde van.
En 2005, cuando George W. Bush se mostró partidario de enseñar a la par del evolucionismo las teorías del diseño inteligente, Noam Chosmky2 acuñó otro termino, el de “diseño maligno”: la crueldad del mundo, el dolor que vemos a nuestro alrededor, sería suficiente prueba para confirmar que si existe una mano tras la vida y nuestro mundo no puede ser ni inteligente ni amorosa. La ironía de Chomsky es certera: la creación divina de un ser superior (o fuerza inteligente) no está contrastada por la realidad. El diseño que defienden los religiosos podría ser cualquier cosa menos perfecta e inteligente.
Por supuesto, tras el dolor y muerte del terremoto no está dios, el karma o una fuerza parecida. De hecho, la Teoría de la Evolución aporta las piezas que faltan para comprender el dolor gratuito. Si hay imperfección en nuestro mundo, en la naturaleza, es simplemente porque vivimos en un proceso de evolución constante, explicado con mucho detalle por la microbiología, la geología y otras disciplinas científicas que, basadas en la razón y la experimentación, han derribando las cortapisas que la religión impone al conocimiento y el desarrollo intelectual.